viernes, 19 de junio de 2009

VICENTE FERRER O EL VALOR DE LA COOPERACIÓN FRAGUADA EN LA FE

Ha muerto Vicente Ferrer. De los anuncios luctuosos que he visto ultimamente, el suyo ha sido el que más me ha traído a le memoria el rostro de Jesús. ¿Por qué? Pues porque su muerte ha hecho que, sin haber ocurrido ninguna desgracia grande, los informativos se hayan ocupado de los preferidos del Señor, de los más desfavorecidos.
La opción por los pobres de Vicente Ferrer no ha venido de una vivencia vacía de sentido religioso, por un altruísmo filantrópico que haya hecho cuajar una opción fundamental de lucha reivindicativa por conseguir las bases de un mundo más justo.
Vicente Ferrer supo leer los signos de los tiempos desde una opción vocacional religiosa. Y no desde una opción cualquiera, sino de aquella que nace del costado de Cristo traducido en el rostro de Ignacio de Loyola. Sin duda alguna, su vivencia del testimonio vital de Ignacio y su saberse impregnado de la espiritualidad ignaciana contribuyó, como lo ha hecho en la historia con otros muchos y como lo sigue haciendo hoy en día en corazones jóvenes aunque ellos no se den cuenta de que eso está ocurriendo, a avivar el fuego del inconformismo fraterno.
Vicente optó por los pobres, y su acción solidaria se transformaba cada día en opción fraterna, en anuncio misionero desde unas perspectivas aparentemente laicas, como si de un ardid se tratase que pudiese traducir la esencia del mensaje de Cristo a aquellos que se creen más progresistas y más cooperantes por renegar abiertamente del seguimiento a Jesús.
En silencio, desde el mirar siempre adelante, Vicente Ferrer ha contribuído a dignificar el mundo de la cooperación al desarrollo dando la dimensión adecuada al trabajo que se hace de cooperación, que no de subsidio (aunque sí de subsidiaridad) con los países del Sur.
No será quizá el mejor (eso lo dejo a juicio de quien corresponda, "doctores habrá") pero sí es un buen espejo donde la Iglesia puede mirar para afrontar desde unos parámetros modernos la misión desde su esencia más fundamental y fundante. La Iglesia occidental no debe mirar a "los pobres negritos", sino a los hermanitos del sur (leyendo "hermanitos" como una expresión de cariño surgida desde el amor de Dios) para favorecer una acción socio-caritativa desde las necesidades de los de allí y no desde los caprichos de los de aquí. La misión no se basa en el anuncio explícito apoyado en palabras solamente, sino, fundamentalmente, desde la apuesta por un desarrollo integral de las personas. Como lo hizo Vicente, como lo hacen tantos y tantos cooperantes misioneros, como lo hizo Jesús.